Dicen que el que apuntó esta última posibilidad fue un tal Buendía que harto de que lo buscaran para corroborar semejante noticia, se dio a la fuga en un barco para Macondo, Colombia, donde lo esperaban su madre y algunos hermanos.
Otros dicen que de esta noticia, la de la muerte de Gabo, muchos salieron a buscar un libro, aquél que más les hubiese gustado, de su autoría y se dispusieron a leer cada una de sus páginas, buscando no se sabe bien qué: si la clave mágica para abrir la puerta y subir por esa escalera al cielo, o, encontrar en algún giro expresivo la mora definitiva de Gabo.
Lo cierto es que muchos apuntan que el juego de las escondidas era uno de los favoritos del escritor aunque otros señalan que no es cierto, que siempre fue de frente, nada de esquivar el cuerpo a las balas y eso se reflejaba en cada línea de las notas periodísticas que firmaba.
De repente y sin quererlo, muchos, varios, miles, decenas de miles, nos encontramos leyendo, recordando, husmeando alguno de los escritos de este colombiano que de buenas a primeras, en un jueves santo, recogió sus pertenencias, y se mandó a mudar.
Aquí algunos dicen que se llevó consigo lo mejor de la literatura latinoamericana y que no habrá otro igual en años, decenas de años. Otros apuntan que lo que se llevó fue simplemente esas ganas incansables de contar. Los menos, indican que con solo una máquina de escribir, papel y una libreta, marchó para siempre a escribir la mejor de las historias jamás contadas: "el viaje sin retorno al infinito"
Se nos fue Gabo, nos quedan sus palabras selladas y tinta y papel. Nos quedan sus historias y eso es algo para celebrar. El haber podido ser contemporáneos de semejante hombre.
Nos queda la enseñanza de que, algo, seguramente, muy fantástico, va a pasar en este pueblo, cuando todos sepamos leer y escribir.
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