Muchas veces utilizamos mapas para guiarnos en
una geografía desconocida y la confianza está depositada exclusivamente en ese
trozo de papel.
Muchas veces el territorio, los lugares donde
nos desplazamos sufren modificaciones que alteran el paisaje y aquello que nos
era familiar, reconocible, pasa a ser algo ajeno y misterioso.
Algo de esto sabían Bernardino Rivadavia y
Leopoldo Marechal: el primer por impulsar la creación del instituto nacional de
topografía, que dio inicio a la cartografía nacional; el otro porque describió
una ciudad entera, en “Adan buenos aires”, con los recovecos menos pensados y
sus barrios fantasmas en un mapa poético.
Si de geografía sabían algo los situacionistas
era que el paisaje es una representación de los circuitos psicológicos de
nuestra rutina cotidiana, repetida, naturalizada en nuestro devenir diario.
Parte del Aire de los desafíos tecnológicos que
a diario nos acercan con la publicidad y los avances en mejoras de prestaciones
de servicio tiene al territorio, el lugar familiar como frontera a ser
conquistada.
Así aparecen los GPS que nos ubican en el
espacio, brindándonos apenas la capa superficial de los lugares que son mucho más
que una dirección y un número postal.
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