George Orwell fue un visionario. Con su novela
1984 no solo hizo una crítica a los autoritarismos de su época, sino se
anticipó a la utilización psicológica de la televisión.
En su novela, Orwell detalla los “Dos minutos
de odio” que los ciudadanos de Oceanía debían pasar frente a las pantallas,
mirando, odiando a los enemigos del sistema.
La televisión no necesariamente es inmediatez
pero de un hecho puntual, en una comunidad particular, moviliza sentimientos en
la mayoría de la población.
Los inclasificables hechos de maltrato a
menores en un jardín maternal son tratados con una crudeza, repetidos hasta el
infinito, que muchas veces el morbo del medio se confunde con la patología de
las protagonistas.
Todo se espectaculariza, hasta el dolor,
llevando a cada hogar el sufrimiento como alimento cotidiano: el morbo, la desgracia ajena, venden.
La justicia debe investigar y sancionar con
toda la ley a los culpables directos del maltrato, los medios deben atenerse a
informar y no fogonear la venganza y el odio.
Parte del Aire de las coberturas periodísticas
se preocupan más por mostrar en vivo y en directo la tragedia – un canal de
televisión se hizo famoso por sus tomas directas de hechos sangrientos o sus
placas rojas-.
Que el examen de conciencia, el propio, el de
cada uno de los periodistas, sea un ejercicio diario cuando nos enfrentamos al
micrófono o a la cámara de televisión, para no alentar más esos dos minutos de
odio.
Comentarios