Próximamente se cumple un nuevo aniversario del
asesinato de Cabezas: 16 años ya de esa imagen, de esa foto que marcó la
sentencia a muerte de un reportero gráfico.
Dicen que una imagen vale mil palabras. Pero lo
que no se pudo captar, lo que queda librado a la imaginación, dispara millones
de imágenes.
La imagen vende, llega rápidamente al corazón
de las personas, a los sentimientos: una foto de una niña caminando desnuda las
calles de Hiroshima golpea tanto como la de miles más pidiendo comida en
cualquiera de los campamentos de refugiados en Africa, Asia o en la misma villa
31.
Necesitamos confirmar aquello que nuestros oídos
han captado: al estruendo de la sirena de los bomberos, muchos necesitan la
fotografía del siniestro para corroborar los hechos.
A pesar de la posibilidad de cerrar los ojos,
los humanos tenemos la pulsión de ver, queremos ver aquello que muchas veces
está prohibido.
La nocturnidad, la noche, en Mercedes,
transcurre cuando la oscuridad acecha. Y lo que pasa durante la noche es,
muchas veces, preocupación de los padres de adolescentes y jóvenes que salen a
bailar.
La imagen de un joven con muerte cerebrar por
la pelea de dos bandas en medio de la noche es una imagen que habla de muchas
cosas: el recurso a la violencia, la incapacidad del diálogo, la falta de
control de la nocturnidad.
Parte del Aire de las noches veraniegas
encierran esa imagen bucólica de los abuelos sentados en la vereda y los chicos
jugando hasta altas horas de la madrugada.
Aquella imagen se trastocó en veredas
desiertas, calles semi desiertas recorridas por motos que ahuyentan todo atisbo
de tranquilidad pueblerina.
Comentarios