La droga es un viaje de ida, pero se puede volver de ella? Acá la crónica realizada en la comunidad "Raices"
Octavio
Fiorelli
La droga es
uno de los flagelos que más estragos comete en la sociedad: el paco, la
cocaína, los psicofármacos, son un camino de ida. ¿Pero es posible la vuelta?
El trabajo en la recuperación de los adictos del consumo de estupefacientes, es
uno de los trabajos más arduos y a veces menos gratificantes. Existen diversas
experiencias de comunidades terapéuticas que intentas desandar el camino de la
adicción, con diversos métodos. Hace poco se podía ver en televisión el ejemplo
de una comunidad terapéutica cerrada, en Del Viso, en donde los parientes de los internados
destrozaban las instalaciones indignados por las condiciones en que se
encontraban sus hijos.
Raíces, de
Mercedes, funciona desde hace 8 años en un predio rentado, sobre la calle 10,
donde funcionó en otras épocas un seminario. La comunidad terapéutica tiene 40
internos, de entre 17 y 40 años, que son derivados por los prestadores: el
gobierno de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, el Sedronar, Lasada de la provincia de Buenos Aires, obras
sociales y derivaciones espontáneas. La mayoría son becados por estas
instituciones y cuyo tratamiento tiene un promedio de un año y medio.
“El
abordaje tiene dos espacios claros acá: el espacio terapéutico y el espacio
comunitario. Los dos son fundamentales, por eso hay tantos profesionales
trabajando acá” indica Silvia Alvarez, directora de Raíces, que depende y se
sostiene a través de la ONG Asociación
Civil Coincidencias. “Lo comunitario tiene que ver con lo concreto: responsabilidades,
objetivos, las Fases. Y lo que no se ve que tiene que ver con lo terapéutico.
Cuando llegan acá se les asigna una psicóloga particular, tienen grupos
terapéuticos” comenta Silvia y da una pista de por dónde pasa la recuperación:
“La conducta no nos determina un paciente. Tienen que darse las dos cosas: la
posición subjetiva y objetivado en lo conductual”.
Los chicos
que ingresan a la comunidad tienen etapas o “fases” que van transitando: una
primera etapa de ingreso, otra de admisión – donde se les asignan dos
“hermanos”, internos más avanzados encargados de mostrarle cómo se maneja la
comunidad- la fase uno, la fase dos. “Raíces” es una comunidad a puertas
abiertas donde los internos tienen la posibilidad de salir libremente, no están
privados de su libertad –con el caso de Del Viso-, lo que los “ata”, los une a
la comunidad es el convencimiento interno de que necesitan cambiar sus vidas.
Mientras charlo con Silvia y Ceferino, responsables de “Raíces”, el mate
comienza a circular.
“Nosotros
laburamos con la palabra. Los límites y las sanciones se cumplen por que hay
una pertenencia al lugar, porque que nadie quiere perder, porque hay una
pertenencia al tratamiento, esto tiene que ver con una posición y no que la
norma está puesta por una reja. La autoridad se construye con respeto y con
palabras. Ellos vienen acá a aprender a hablar, fundamentalmente” explica
Silvia y agrega “Acá todos los espacios están armados para eso, para hablar.
Para que puedan decir, para enojarse pero que lo puedan decir en palabras. Todo
lo contrario de lo que son las reglas de la calle: donde la palabra no tiene
ningún valor.”
Hay muchos
modelos de comunidad terapéutica: algunos son más compulsivos, donde los
adictos son internados a la fuerza; los conductuales. “Raíces” está más cerca
de lo que es un modelo psicoanalítico institucional. Por eso hay una gran
cantidad de profesionales de la salud mental: 7 psicólogas, un médico
psiquiatra, un médico clínico, un trabajador social, 4 operadores, una maestra,
varios profesores de los distintos talleres – más de 8 entre computación,
huerta, mantenimiento, automotor- .
Mientras
Silvia me cuenta el funcionamiento de la institución, los chicos, la mayoría
están jugando un picadito en la canchita del fondo, que muchas veces comparten
con los vecinos de los barrios aledaños: el Muti, el San Martín.
El día
comienza a las 8 de la mañana con el desayuno, siguen las actividades, los
talleres, el almuerzo y los grupos terapéuticos como el de “Confronte” –donde se enfrentan y
comparten las diferencias y los problemas de convivencia, siempre a través de
la palabra-. La escuela primaria es obligatoria por lo que tienen una escuelita
montada donde concurren 15 chicos. Algunos continúan sus estudios en las
secundarias de la ciudad. Otros, los más avanzados, tienen su trabajo. “En la
última etapa tienen su trabajo, están armando su proyecto de vida, ven con
quién convivir” cuenta Silvia. En Mercedes, por suerte, hay empresas y
comercios que abren sus puertas para los chicos: Magromer, metalúrgica Sansur,
Noelandia.
El equipo
se reúne una vez por semana para ponerse al tanto de las novedades y de los
problemas y aciertos de la comunidad, de la convivencia cotidiana, de las inquietudes
individuales.
Mientras
los profesionales mantienen su reunión de trabajo me acerco a un grupo de
chicos que están tomando mate en el patio de la comunidad. Lucas, 35 años;
Cristian, 20 y David, 19 años, me cuentan un poco lo que es vivir en la comunidad:
las reglas, la convivencia. “Las reglas de la comunidad las hacemos cumplir
entre nosotros” cuenta Cristian y Lucas agrega “obviamente guiados siempre por
el operador, las psicólogas. Ante cualquier situación fuera de lo común o del
sistema, siempre se les informa.”
“Toda
situación se puede solucionar desde la palabra, y esa es la idea. Uno viene
acostumbrado de afuera a otras cosas y está bueno practicar algo distinto y
bueno” dicen. El contraste de lo que vivieron con lo que es la comunidad es fuerte:
“Uno viene de utilizar un montón de cosas negativas y acá, de repente que dejas
todo, que tenés abstinencia… pero hay un constante apoyo en el estar. Tenés la
psicóloga, el operador y el apoyo de tus propios compañeros. La mano siempre
está” cuenta Lucas. Sobre la posibilidad
de tener la libertad de salir de la comunidad, al ser de puertas abiertas,
Cristian comenta “en base a lo que son
las etapas del tratamiento vas teniendo salidas. Un admisión, no tienen salida porque recién ingresa. Fase 1 tampoco
tiene salida, solamente una vez al mes, depende como vaya la evolución del
tratamiento, se le da una salida socio ambiental a la casa. Ya en Fase 2 tiene
6 horas para salir por la ciudad, con la familia, por fin de semana.” “La
reinserción se va dando paulatinamente” explica Lucas “y todo lo que te pasa
afuera lo podes volcar acá y trabajar con la psicóloga”.
“El orden
es parte del vivir bien” comentan y cuentan que las habitaciones están ocupadas
por tres chicos. “El lugar para mí está buenísimo. Hay mucha ayuda de verdad”
dice Lucas.
Comentarios