Esto integra una serie de relatos, crónicas, que fueron y son publicadas en uno de los semanarios de Mercedes, El Nuevo Cronista.
Aquí van a ser subidos cada uno de esos relatos que tienen que ver con oficios y la vida cotidiana de la gente de mi ciudad. Relatos que rescatan esas vidas, esos saberes, esos oficios.
Aquí van a ser subidos cada uno de esos relatos que tienen que ver con oficios y la vida cotidiana de la gente de mi ciudad. Relatos que rescatan esas vidas, esos saberes, esos oficios.
Por Octavio
Fiorelli
El descarte
es una de las fases de la economía de materiales, donde los objetos que
consumimos circulan desde su producción hasta su deshecho: el descarte. Hace
poco menos de un mes, en Mercedes se
puso en funcionamiento un nuevo sistema de recolección de residuos que incluye
modificaciones desde la separación de los mismos desde origen. Esto es: separar
la basura, donde se mezclan los residuos orgánicos con los inorgánicos, en
residuos húmedos y residuos secos.
Innumerables
veces he visto por las noches recoger las bolsas de residuos y arrojarlas a “la
cuca”, una compactadora, de la que me enteré en mi recorrido junto a los
recolectores del municipio cuya capacidad equivale a cinco camiones cargados de
basura. Perdón: residuos.
Desde el
corralón municipal salen, casi todas las noches, los trece equipos recolectores
que rastrillan la ciudad levantando los residuos, que los más de sesenta mil
habitantes generamos cada día y que serán arrojados al basural que está en La Florida –ironías de la
semántica-.
Llegué un
poco atrasado al horario pautado: a las diez en punto salen los camiones -entre tractores con acoplados, camiones
volcadores y tres de las cinco compactadoras que posee la municipalidad-, pero
pude subirme a una de las “cucas” que me designó el ingeniero Oscar López,
quien estaba presente esa noche en la salida de las máquinas.
Mi equipo
estaba conformado por Isidro al volante de “la cuca”, lleva 13 años trabajando
en el corralón y algunos menos en la recolección; Raúl, quien va atrás
levantando las bolsas y alimentando la cubeta de la compactadora y Ezequiel –a
quien no conocí hasta más tarde- que se encarga de juntar las bolsas y
apilarlas previamente para agilizar el trabajo.
Allí partimos
a cumplir con el recorrido asignado: el centro de la ciudad. Partiendo desde
boulevard 1, por la calle 12 hasta el boulevard 47, subiendo y bajando por las
calles pares hasta la calle 28.
Los días
jueves y domingos son los dos días más pesados para los muchachos. Los domingos
por que la cantidad de bolsas apiladas es el doble que cualquier día de semana
–se juntan los residuos de viernes, sábado y domingo- y el trabajo se extiende,
muchas veces, más allá del horario de cierre; los jueves porque es el último
día de una semana trajinada, donde los muchachos tienen que tener buenas
“piernas” para correr las calles y levantar las bolsas.
El material
mecánico tiene sus exigencias y las máquinas sufren el desgaste cotidiano, como
así también los elementos para trabajar: guantes, calzado. Cada quince días se
les provee de material y muchas veces los riesgos que se corren son altos:
desde espinas, vidrios hasta jeringas han encontrado en las bolsas. “La gente
podría ser más cuidadosa y señalar si hay vidrios para evitar cortarnos” cuenta
Isidro que desde el volante de “la cuca” observa por los espejos retrovisores
cuándo su compañero sube o baja del camión. O cuando una moto de improviso lo
sobrepasa por la mano derecha: “Las motos y los remises son un peligro. Se meten
por todos lados y muchas veces a toda velocidad. Hay que andar con cuatro
ojos.”
Llegamos a
la 12 y 27 y “la cuca” comenzó a no querer avanzar. Problemas en el embrague,
falta de líquido. Isidro se comunica con el corralón y al instante una
camioneta se acerca con el mecánico: el disco no da para más. Vuelta a base y
cambio de vehículo.
Un semi con
caja volcadora es el reemplazo y ahora al equipo se suman Daniel y Mario. Raúl
se quedó juntando las bolsas en las cuadras para recuperar tiempo.
El camión
avanzó por las calles, parando, avanzando, frenando, esquivando, mientras ahora
Mario e Isidro levantan las bolsas y las arrojan a la caja que en lapso de
sesenta cuadras se llena hasta el tope. En la 22 y 23 hacemos un alto para
acomodar la carga. Mario se sube a la caja y comienza a romper algunas bolsas
para hacer lugar y acomoda el resto apilándolo a los costados. Llegamos a la 1
y 22 y nos encontramos con Ezequiel que termina de juntar las bolsas.
La noche es
un mundo aparte. Desde la cabina del camión se ve la ciudad desde otra óptica,
con otra perspectiva. Los personajes nocturnos comienzan a asomarse, a
mostrarse: desde las chicas que trabajan la noche, hasta los pibes que se
reúnen en alguna esquina; los autos a toda velocidad que cruzan sin luces hasta
los otros recolectores de residuos, los cartoneros.
Daniel
avisa a la base que está repleto el camión y lo mandan al basural. Dejamos a
Mario e Isidro en la esquina de 24 y 1 mientras a Ezequiel lo dejamos en la 28
y 1 donde se encuentra con Raúl. De ahí nos fuimos directamente al basural por
la ruta 41.
Desde la
oscuridad de la ruta se pueden ver las luces del predio y que iluminan el
galpón donde funciona la planta de tratamiento de residuos. El acceso es por
una calle lateral hasta toparse con una montaña de basura, recorrida por
algunos roedores y cuatro pibes que con linternas se adelantan a la tarea de
separación, juntando botellas de plástico y vidrios que acopian en un
descampado, al abrigo de un fuego improvisado con ramas. El olor es fuerte, apenas
soportable. El dolor incomprensible.
De regreso,
Daniel me cuenta que a las siete de la mañana se levanta para trabajar en la Champion , mejorando
caminos rurales. Lo de esta noche son horas extras. “De los laburos del
corralón, la recolección es el más duro e ingrato. Tienen que salir así llueva
o truene.” Trabajar en la recolección tiene sus pros y contras: por ser un
trabajo de alto riesgo tienen un plus adicional además del beneficio de poder
volver a sus casas una vez concluido el trabajo –por ello si terminan antes,
les respetan el horario-; la contra de salir sin importar las condiciones
climáticas –es el único servicio público municipal que no se corta- (salvo
tormentas eléctricas o grandes tormentas).
Retomamos
el recorrido desde la 24 y ya eran las doce y media de la noche. Faltaba aún
más de la mitad, pero el ánimo de los muchachos contrastaba con la premura de
terminar antes el trabajo. Me bajé un par de veces para tomar algunas fotos de
ellos levantando las bolsas. La gente de los bares del centro seguían
inmutables el paso del camión. No llegué a terminar el recorrido pero me
despedí de los tres agradeciéndoles haberme permitido compartir con ellos este
trabajo que para muchos es una incógnita, sin embargo el solo hecho de pensar
que si en una semana no se lo hiciera, la ciudad cambiaría mucho su aspecto.
Ahora tenía una idea, un poco más acabada, de dónde van las cosas que
desechamos sin siquiera preocuparnos mucho por ello.
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