El guardapolvo blanco siempre fue un símbolo de
la igualdad, también de la inocencia y de la infancia. Blanco, diáfano, liso,
entablado, pulcro.
Los maestros son una de las profesiones que se
relacionan directamente con esa etapa de la vida más sentida y querida: la
infancia.
Son la segunda mamá, los generadores de
personas, los formadores de ciudadanos.
Muchas veces son ejemplos de vida.
Hay momentos históricos donde los maestros
pusieron el cuerpo y salieron a defender lo que creían justo: cuando la laica o
libre por la década del 50, o cuando se instalaron frente al Congreso en la Carpa Blanca , más acá en los
90.
Lo cierto es que muchas veces, esa figura
emparentada con la infancia y con la hermosa y compleja tarea de enseñar, padeció
momentos difíciles. Basta recordar un nombre: Fuentealba.
La pelota no se mancha dijo Diego frente a
millones de hinchas en un acto de sinceridad y arrepentimiento. Los
guardapolvos tampoco.
Parte del Aire de lo que viene sucediendo, se
intenta mancharlo con chicanas y dichos lamentables. Que el paro es una excusa
turística es tan doloroso como ver a los chicos sin clases o a los maestros
trabajar en condiciones difíciles.
¿Quién puede arrojar la piedra y esconder la
mano cuando de por medio hay miles, millones de chicos esperando?
Un tiempo para reflexionar. Un tiempo para
escuchar, para acercar posiciones, para debatir.
Que las blancas palomitas no paguen los platos
rotos de una discusión que, quizá, pueda encauzarse apelando a la buena
voluntad de todas las partes. Ojalá.
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