Colegio de Martilleros Mercedes

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Crónicas Urbanas: escritos encontrados 4: Vejez.



Por Octavio Fiorelli
“Cuando ya me empiece a quedar solo” es una de las canciones de Charly García que en cierto sentido se anticipa a los últimos años de su vejez, como en el poema de Mario Benedetti donde “la muerte empieza a ser la nuestra” guarda el sentido del tiempo transcurrido. En este mundo donde la juventud y la belleza se presentan y publicitan eternas, pensar en la vejez o en los adultos mayores es un ejercicio que pocas veces nos tomamos, salvo que salga publicado en algún diario una noticia sobre maltratos en geriátrico o una tragedia.
En Mercedes existen, según datos relevados por el secretario de Control Urbano, 11 geriátricos de gestión privada, además de los hogares Villa Abrille – de gestión municipal- y el Hogar Ulises D´Andrea –que depende del hospital Blas Dubarry-. De los cuales al menos 4 no tenían todos los papeles en regla y uno fue clausurado. El marco regulatorio en la provincia de Buenos Aires lo establece la ley 14.263, sancionada en el 2011, donde se regula el funcionamiento de todos los establecimientos geriátricos de gestión pública o privada. En dicha ley se estipula que una persona adulta mayor es aquella que pasa los 65 años de edad por lo cual, revisando los datos del último censo del 2010, en Mercedes y con una población de 63.284 habitantes, 7.892 son adultos mayores, es decir que el 12,5 por ciento del total de la población de la ciudad entran en esta franja etaria. De los cuales algunos viven en sus propios hogares, otros con sus familiares directos y unos cuantos en estas instituciones que albergan a los adultos mayores.
El Hogar Ulises D´Andrea se constituyó hace apenas más de dos años y cuenta con 17 “habitantes”, como le gusta decir a Carlos, uno de los adultos mayores que en el viven. Las actividades en el hogar son variadas y el ambiente es acogedor. Cada tanto tienen salidas, como ir a Tomás Jofré o participar de una visita al Hogar Villa Abrille en un intercambio de gentileza. Todos los adultos mayores pueden entrar o salir del establecimiento y muchos, los fines de semana, se van con sus familiares.
Además de estas instituciones para la tercera edad existen en la ciudad algunos clubes de jubilados, los más reconocidos tienen entre sus afiliados cerca de 2000 adultos mayores que realizan viajes recreativos, actividades diversas y se encargan muchas veces de asesorar en cuestiones de jubilaciones o pensiones. Pami, la obra social de los abuelos dependiente del Estado Nacional tiene en su planilla cerca de 9 mil beneficiados – no todos son adultos mayores-.
Pasar un día con los “habitantes” del Hogar Ulises D´Andrea depara algunas sorpresas y mucha enseñanza. De los 18 adultos mayores, la mayoría son varones y a la hora de la merienda uno puede encontrar a casi todos en el comedor, charlando o mirando la tv.
Las habitaciones son compartidas por dos personas en tanto la atención de los mismos está en las manos de un equipo de enfermeras, administrativos, auxiliares y profesionales que van rotando por turnos y llegan a 16 aproximadamente en total.
El artículo tercero de la ley 14.263 establece las responsabilidades sobre los adultos mayores residentes en los establecimientos geriátricos u hogares: “corresponde en primer lugar a la familia del residente y/o a los curadores designados al efecto, velar por la seguridad, contención, integración, y protección integral de nuestros mayores”. En tal sentido las denuncia sobre maltratos o toda cuestión que tenga que ver con la habilitación de estos lugares debe hacerse en el Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires que es la Autoridad de Aplicación de la ley y cuya reglamentación fuera publicada en el boletín oficial el 19 de marzo del corriente año. Allí también se estipula que la inspección será realizada por la Dirección de Fiscalización Sanitaria y que los mismos municipios pueden hacer las inspecciones y elevar el pedido de clausura.

Carlos, 86 años: “Quien se olvida de sus raíces se olvida de todo”

“Nosotros somos habitantes del Hogar, habitamos esto” dice Carlos que hace dos años vive en el Hogar Ulises D´Andrea y cuenta las vicisitudes de vivir en un espacio compartido. “Venimos de distintas formas de vivir y es muy difícil poder cambiar a esta altura de la vida” explica Carlos pero rescata que a pesar de esto son “una gran familia”.
Una de las características que muchas veces se encuentra en la vejez es el tema del aislamiento, “la indiferencia” explica Carlos y que tiene que ver con ese aletargamiento del contacto, “la falta de compañía y de encuentro con el otro” dice Leopoldo Salvarezza, una eminencia en gerontología en la Argentina.
Carlos visita su casa todos los domingos cuando se va con su hijo, para estar: “con lo mío, para no perderlo de vista, que esté ahí latente, porque considero que quien se olvida de sus raíces se olvida de todo” pero también confiesa “me pasa un caso especial: estoy acá y extraño allá y estando en casa extraño acá. Es una cosa que es un ida y vuelta.”
Carlos trabajó como guardia cárcel en la Unidad 5 y vivió toda su vida en el barrio San José, también trabajó de joven en la imprenta Herrero de calle 26, unos 15 años. “La vez pasada revolviendo papeles, me encontré con una fotografía: este no está, este no está, aquel no está y llego a la conclusión de que soy el único que va quedando”.

Tomás, 60 años, una vida como empleado en estudios jurídicos.

Hace dos años que está en el Hogar y sin embargo Tomás confiesa “Todavía no me hallo acá”. Es que vivió anteriormente en una quinta con la compañía de los perros con los cuales salía todas las tardes a caminar.
Tomás trabajó desde muy chico y estuvo en varios estudios jurídicos de la ciudad, inclusive tenía algunos clientes por fuera que atendía.
“Un kilo de sobrinos tengo” cuenta Tomás y comienza a enumerar a las sobrinas, sobrinos, hasta sobrinos nietos y tataranietos. “El error mío fue no haberme ido a Trenque Lauquen” dice Tomás.

Norma, 91 años “Los mejores años de mi vida los viví cuando alquilé sola”

Norma es la hija menor y hasta los 30 años vivió con sus padres en el campo. Trabajó 25 años en la algodonera de Flandria, conviviendo con una hermana y cuando se jubiló cuidó enfermos a toda su familia. “Viví 14 años alquilando en la 10 y 31, los más hermosos de mi vida, porque era la primera vez que estaba en mi casa; después que me jubilé y que cuidé enfermos.”
Pero esos años terminaron cuando la asaltaron y sus sobrinas optaron por enviarla a un geriátrico para estar cuidada: primero estuvo en el de la calle 31 y luego en el de la calle 28. “Pero mi sobrina me sacó de ahí y me trajo acá. Yo me vine el 14 de diciembre y el 31 de enero se inauguraba el hogar y acá estoy, hasta que Dios disponga.”

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