Sería una utopía y hasta casi un contrasentido
en sí mismo, pensar en un mundo donde todos pensáramos de la misma manera. Una
paradoja con su trampa tendida, donde, sin embargo, muchas veces caemos.
Pensamos que nuestras causas, nuestros
razonamientos, son los valederos y que los otros, siempre, están equivocados.
Pero muchas veces la realidad, los hechos
concretos y el roce cotidiano, nos hacen ver nuestro error.
El derecho al disenso es un saludable principio
que en primer término nos dice que no estamos solos, que no existe una única
realidad y que muchas veces estaría bueno “ponerse en los zapatos de los
otros”.
En el día de ayer Parte del Aire de lo que se
respiraba en las noticias, indicaba que hay un ejercicio, cada vez más firmemente
arraigado, de disentir, de diferir con lo que pasa:
Se lo vio en las protestas masivas en gran
parte de Europa y las huelgas generales, que disentían con esa realidad, cruda,
que empuja a muchos al desasosiego, al suicidio.
Se lo escuchó en los paros docentes que
discrepan con las medidas del gobierno provincial, en las cacerolas abolladas.
Estamos rodeados de parcialidades. Somos
parcialidades. Partes de un todo del cual debemos y podemos no estar de
acuerdo.
Y esto que digo, puede ser tan cierto, como tan
cierto es que del otro lado, vos, estés pensando lo contrario.
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